Por Alberto M. Binder, presidente del INECIP
Cumplimos 35 años, pero quisiera escribir esta carta como si fuera el primero. En realidad, más allá de las fechas formales, el INECIP encarna un proyecto de mucha más larga data, que enraiza en las antiguas tradiciones republicanas de nuestra independencia -pensemos solamente en el juicio de jurados, como antípoda de la inquisición-, pero que se reactualiza en los años de la recuperación democrática y su vocación de transformación judicial, como parte insoslayable de la calidad institucional. En esa corriente de ideas y voluntades, nace formalmente nuestra Institución, como un proyecto colectivo que nos permita potenciar el trabajo y las capacidades individuales.
Desde entonces -mucho más que treinta y cinco años- hemos bregado por viejas (nuevas) ideas que nos permitieran construir una administración de justicia, en particular la justicia penal, conforme los postulados de la Constitución Nacional, los Pactos Internacionales de Derechos Humanos, una sana tutela de los graves intereses victimizados, pero por sobre todo la fortaleza del sistema de garantías como protección frente al abuso y la violencia. Claro que nos preocupamos de la eficacia para investigar y juzgar los graves daños que se causan a los individuos y los grupos sociales, pero somos, antes que nada, una institución garantista.
En todos estos años, hemos logrado avances que son importantes; pero como ocurre siempre en los temas institucionales, la efectiva concreción y desarrollo de esas instituciones lleva más tiempo y esfuerzo de lo generalmente previsto. Muchas veces en el plano individual nos gana el cansancio, pero para eso nos hemos organizado en el INECIP: para que el tiempo de la organización sea siempre más largo que el de nuestro horizonte vital. Ese tiempo más largo debe comprometer a varias generaciones y plantea el desafío de mantener los valores originales bajo nuevas circunstancias, nuevos tiempos y nuevas sensibilidades. Siempre hemos sido conscientes de esa perspectiva de largo plazo, y hoy, frente a la frágil memoria del Estado, seguimos sosteniendo las mismas ideas y ponemos en juego una larga experiencia. La organización, como esfuerzo colectivo, nos regala más tiempo que el tendríamos sólo en nuestra dimensión personal. Vale la pena llamar la atención sobre este simple hecho, que justifica todos los esfuerzos por mantenernos, modernizarnos, incorporar siempre nuevas generaciones y nunca quedarnos fijos en el pasado ni en las viejas formas, por más que estemos orgullosos de la tradición de la que provenimos.
No se trata de conformarnos con construir repúblicas en el aire, sino de poner en funcionamiento instituciones eficaces, capaces realmente de encauzar y limitar al poder, con funcionarios dispuestos a hacerlas funcionar.
La democracia no es una entidad o una sustancia: es un proceso complejo, zigzagueante, muchas veces entusiasmante y otras tantas confuso y desalentador. Pero una república que no sea democrática es inadmisible en nuestra concepción; tan peligrosa como una democracia que no admita los límites al poder propios del pensamiento republicano. Siempre hemos navegado en ese proceso y hoy nos toca seguir navegando en una época donde los gobernantes proclaman ideas y valores muy distintos de los nuestros, de los que sostienen las varias generaciones que integran y dirigen el INECIP. Pero no se trata de refugiarnos en resistencias narcisistas sino de hallar nuevas formas para impulsar con más fuerza los principios institucionales y ser fieles a nuestra preocupación de ser eficaces en la acción, no en la simple proclama de lo que se debe hacer.
Hace muchos años escribí un libro con un título extraño: “De las Repúblicas Aéreas al Estado de Derecho”. Mi intención era destacar el desencanto radical de Bolívar en su Manifiesto de Cartagena. No se trata de conformarnos con construir repúblicas en el aire, sino de poner en funcionamiento instituciones eficaces, capaces realmente de encauzar y limitar al poder, con funcionarios dispuestos a hacerlas funcionar. Hace más de doscientos años, Bolívar señalaba que ese conformismo había provocado que los españoles recuperaran Venezuela. Hoy nos toca ver cómo convertir al Estado en algo ineficaz o plagado de corruptelas, más al servicio de los funcionarios que de los ciudadanos más vulnerables -que verdaderamente necesitan el Estado-, le abre la puerta a las facciones conservadoras que viven mejor en una sociedad de privilegios. Es hora de profundas críticas a lo sucedido y de volver a sostener una mirada poco condescendiente con la ineficacia estatal, en nuestro caso con la de las instituciones judiciales.
Por eso hoy hablamos de una “nueva agenda” del INECIP, para nuestro país y para toda la región latinoamericana, donde tanto hemos trabajado; una agenda que no abandona ninguno de los temas que siempre hemos sostenido, pero reconoce lo logrado y lo pendiente, parte de una nueva lectura del estado de nuestra democracia y propone acciones concretas para seguir empujando su perfeccionamiento. La nueva dirección del Instituto va dando forma a esta nueva agenda que seguramente marcará por lo menos una década de trabajo. Todos debemos hacer el esfuerzo de pensar, aportar, comprender, debatir, crear y así construir colectivamente nuestro horizonte de trabajo, que es siempre un horizonte de esperanza. Nunca nada ha sido fácil y nada indica que lo será ahora. Festejemos, pues, esta nueva etapa, el fin de este año laborioso y difícil, y alegrémonos de los muchos desafíos que aparecen por delante y nos siguen interpelando como si fuera el primer año.