Por Lucas Crisafulli
Friedrich von Hayek, padre del neoliberalismo, sostiene en su best seller Camino de Servidumbre (The Road to Serfdom, 1944) que toda forma de economía planificada o de intervención del Estado en los mercados lleva indefectiblemente al totalitarismo. Es decir, cualquier medida que los Estados tomen para modificar el rumbo de los mercados (desde subsidios a empresas para evitar que quiebren hasta hospitales públicos) es el camino a la servidumbre. En palabras del propio Hayek: “Esto no sólo es el camino hacia el totalitarismo sino también el camino hacia la destrucción de nuestra civilización y, ciertamente, la mejor manera de bloquear el progreso”.
Sin embargo, ese amor a la libertad que Hayek decía profesar en el libro adquiría otros sentidos al manifestar su apoyo a gobiernos en América Latina durante los años ‘70. Cuando el diario chileno El Mercurio le preguntó sobre los supuestos logros de las reformas neoliberales encaradas por el dictador Augusto Pinochet, Hayek admitió estar dispuesto a sacrificar por un tiempo indefinido la democracia a cambio de la libertad de los mercados. Es decir, la desaparición forzada de personas y la existencia de campos de concentración y exterminio no eran obstáculo alguno para obtener la libertad que nos alejaría de los totalitarismos. En esa misma entrevista espetó: “Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente”.
En América Latina, la primera ola del neoliberalismo fue aplicada por dictaduras militares utilizando el aniquilamiento y exterminio de grupos políticos como medio para la implementación de las medidas económicas de menos Estado Social, apertura a las importaciones y flexibilización laboral. Es decir, las ideas de supuesta libertad económica fueron implementadas mediante un genocidio planificado.
En América Latina, las ideas de supuesta libertad económica fueron implementadas mediante un genocidio planificado.
Podríamos mencionar otros casos de vinculación entre sangrientas dictaduras y neoliberales, como el caso de Manuel Ayau, el político y empresario guatemalteco discípulo de Friedrich von Hayek y fundador de la Universidad Francisco Marroquín en 1971. Al mismo tiempo, Ayau fue diputado del Movimiento Nacional de Liberación, partido de extrema derecha que apoyaba al militar Carlos Arana Osorio, presidente de Guatemala que impuso el estado de sitio por el cual se sucedieron secuestros, torturas, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales de opositores.
La relación entre neoliberalismo (ahora autodenominados libertarios) y dictaduras es bastante más extensa y digna de todo un libro. Baste nomás mencionar estos casos a título de ejemplo para entender los sentidos que se abren cada vez que un neoliberal menciona la palabra libertad. Cuando una persona no puede llevar adelante sus cuatro comidas diarias no tiene ninguna posibilidad de elegir. Ahí no hay libertad. Tampoco hay elección ni libertad en los centros clandestinos de detención que las dictaduras de la seguridad nacional abrieron en América Latina durante los años ’70 y buena parte de los ’80 para implementar las ideas neoliberales.
Cuando los neoliberales hablan de libertad se refieren a la posibilidad de acumulación infinita de recursos económicos y poder en mano de un puñado de personas. Por eso, cualquier intento de los Estados de regular esa libertad es vista por neoliberales como el camino a la servidumbre o al comunismo, se trate de cuarentena para salvar vidas o de un pequeño impuesto a las grandes fortunas.
La libertad de los neoliberales es una excusa para la construcción de un modelo social 70/30: 70 % de excluidos y sólo un 30 % de incluidos.
Los neoliberales no tienen ningún inconveniente en admitir la obscena desigualdad que produce la libertad que pregonan. Así, y a título de ejemplo, un libertario no reconoce ningún problema en que un empresario farmacéutico gaste para su cumpleaños el equivalente a 43.200 jubilaciones mínimas. Volvamos a repasar este dato: una persona, en un día de su vida, paga para divertirse lo que a otra le costaría 3.600 años de ahorro sin gastar un centavo. Este dato de por sí escandaloso no sería tan siniestro si la extrema riqueza de pocos no fuera la causa de la extrema pobreza de muchos.
Cuenta el profesor Joy Gordon, de la Universidad de Fairfield en Connecticut, que una cosa es formarse en la tasa de mortalidad infantil en América Latina y otra muy distinta la experiencia que tuvo en Guatemala, de despertarse a las tres de la mañana porque el vecino se puso a fabricar el ataúd para enterrar a su bebe, que había muerto a la noche por carecer de medicinas por el valor de dos dólares. Esto sucede en el mismo mundo que un joven de 18 años destina 28 millones de dólares para viajar al espacio como forma de exorcizar el tedio.
La libertad de los neoliberales es una excusa para la construcción de un modelo social 70/30: 70 % de excluidos y sólo un 30 % de incluidos. No hay libertad y mucho menos igualdad. Paradójicamente –o no tanto– la supuesta libertad pregonada por libertarios termina construyendo una dictadura del mercado que somete a la población e incluso a los propios Estados al capricho de un puñado de intereses personales.
Lucas Crisafulli es abogado. Docente de Introducción al Derecho (ISE) y del Seminario Introducción a los Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Córdoba.
Humor gráfico: Quino