Por Guillermo Nicora*
Un cronista madrugador narra en un amarillento periódico de principios del siglo XX cómo un anarquista enfrenta al pelotón de fusilamiento prometiendo a los gritos que nada los detendrá, y que en los próximos años llegará el fin del Estado. El lector sacude su cabeza. “¿Terminar con el Estado? ¿Quién daría su vida por tal causa? ¡No por nada los llamaban ‘Los años locos’!”
Un siglo y algo después, la misma utopía de destrucción del Estado es proclamada por el mismísimo Jefe del Estado en la asamblea anual más importante de la República, sin prensa ni público ni adentro ni afuera del Congreso Nacional, y en presencia de hilachas de los poderes Legislativo y Judicial. Los funcionarios presentes reaccionan: aplauden. Casi nadie parece siquiera sacudir su cabeza, ni allí ni después
Mientras tanto, en algunas ciudades grandes, medianas y pequeñas del mismo país, hay personas que de manera voluntaria regalan un día de su tiempo al Estado, escuchan argumentos y pruebas que trajeron acusador y acusado, deliberan y deciden si un frigorífico tenía carne podrida, si un árbol fue indebidamente talado o si un grafitero debe reparar la pared ajena en la que decidió expresarse. Y se van satisfechos de haber tomado una decisión en nombre de la comunidad. Acaso las mismas personas insensibles ante la destrucción del Estado.
En tiempos de crisis, cuando la legitimidad del Estado se tambalea, los gobiernos locales y los mecanismos de democracia participativa son actores clave en la reconstrucción de la confianza ciudadana. Los jurados vecinales (un fenómeno que recién comienza y que ya es realidad en tres ciudades de distintas provincias argentinas) vienen a sumarse a los cientos de juicios por jurados que, en lo que va de este siglo, han aportado a una República en riesgo de derrumbe una expresión directa de participación popular. Desde los dramas más hondos de la violencia homicida, hasta afectaciones mucho menores de la convivencia, ciudadanas y ciudadanos de todas las edades y todos los rincones de la sociedad se involucran en la toma de decisiones que antes estaban reservadas a esa “casta” como algunos llaman a quienes ocupan cargos públicos. Y (lo que no es poca cosa) coinciden en elogiar el sistema luego de la experiencia.
Los jurados, expresión directa de participación popular, ofrecen un camino para acercar el Estado a la comunidad. Al involucrar a los ciudadanos en la toma de decisiones (judiciales o administrativas) se fortalece el sentido de pertenencia y responsabilidad cívica. Pero además, comienza a desdibujarse la áspera línea entre quienes creen que mandan (y que muchas veces son sólo ejecutores -conscientes o no- de las decisiones de quienes oprimen) y los que han sido convencidos de que sólo les corresponde elegir gobernantes (cada día menos representativos) entre lo que se les ofrece, una vez cada dos años, y luego tolerar las consecuencias de los enjuagues del poder, siempre ajeno, siempre lejano.
Aún si podemos mantener viva la memoria histórica y terminamos espantando los fantasmas del fascismo (en eso estamos empeñados a nivel global, algunes más que otres), es poco probable que en pocos años se revierta esta desilusión colectiva respecto de la democracia representativa. La apuesta no debe ser sino hacia formas de organización social de creciente participación, de goce por la diversidad y de tendernos la mano para reducir el dolor de las desigualdades, el individualismo y la exclusión.
Y (como cantaba Zitarrosa), la esperanza y la transformación no pueden sino crecer desde el pie. Modificar en forma rotunda las más altas estructuras de poder es del todo irreal si no comenzamos por restablecer la confianza en las instituciones (que implica reponer al Estado en el lugar de herramienta, y no en el de tormento) desde lo más cercano, desde los gobiernos locales.
En los últimos días de febrero pasado, en Rosario, la más grande y conflictiva de las ciudades argentinas en las que se ha puesto en marcha el jurado vecinal, tuvimos ocasión de intercambiar experiencias, de oír voces de actores diversos, de experimentar incluso en carne propia el fantástico replanteo de la legitimidad del poder que implica un juicio por jurados. Y hasta los que nunca la perdemos, renovamos la esperanza.
*Guillermo Nicora es integrante de la Junta Directiva del INECIP.
*Foto de portada: Simulacro de juicio vecinal en Rosario llevado a cabo en febrero de 2025 en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario.