Por Patricia Coppola*

Estamos golpeados. A la generación que nació en democracia, le tocó una parte de las trompadas. La crisis del 2001 fue dura, muy dura.

A la generación que festejamos en las calles la democracia recuperada, sobrevivientes de la dictadura, nos tocó una mucho peor. Otros no están para contarla.

Pese a todo, no deberíamos asustarnos demasiado. Pensemos que los movimientos populares, desde que derrotamos a los ingleses en 1806, tienen más de 200 años de historia, sin contar los siglos de resistencia de los pueblos originarios.

Pensemos que con la historia que nos precede, un personaje estrafalario como el nuevo presidente, debe preocuparnos por supuesto, pero no amedrentarnos ni deprimirnos al punto de paralizarnos. No es momento de quedarse quieto, muy por el contrario.

Comencemos por poner “las barbas en remojo” e intentar explicarnos que nos pasó.

En el 2019, el peronismo, con Alberto Fernández ganó las elecciones en primera vuelta con el 48,40% de los votos; entre Mauricio Macri, Juan José Gómez Centurión y José Luis Espert sacaron el 43.46 %; Roberto Lavagna el 6,14 % y la izquierda el 2,16%.

Por lo tanto, no resulta una explicación plausible que, en cuatro años, más de la mitad del pueblo argentino se volviera nazi-fascista o “libertario” y votara a Milei. Más del 40% de los votantes del 2019 era esperable que reiteraran una opción de ultra derecha.

Hay que entender que no sólo Milei es un peligro para la democracia, luego de 40 años de su recuperación, la pobreza y el desencanto producen hastío.

¿Qué fue, entonces, lo que inclinó aún más la balanza?

Una explicación aceptable en términos racionales (si racional quiere decir que no hay intención de suicidarse) es que, claramente, el último gobierno no cumplió con sus promesas. Más allá de la pandemia y de la infernal deuda heredada, más de la mitad de nuestro pueblo es pobre, la inflación un flagelo, la Argentina profunda sigue olvidada, las expectativas de la juventud son inciertas, la justicia está deslegitimada y,  en semejante contexto, la “Argentina de los yates y los privilegios” resulta una afrenta insoportable para propios y ajenos.

El oficialismo centró su campaña defendiendo al Estado, defendiendo un Estado pésimamente gestionado y la gente se lo cobró. Hay que entender que no sólo Milei es un peligro para la democracia, luego de 40 años de su recuperación, la pobreza y el desencanto producen hastío.

Lo que no se presenta como aceptable en términos racionales, es que, pese a todo, más de la mitad de los argentinos opten por las propuestas de Milei y su tropa, las que, convengamos, nadie que pretenda ganar una elección se hubiera animado a plantear: prometió que se iban a perder miles de puestos de trabajo, que iba a reprimir la protesta social, negó el terrorismo de Estado,  dijo que propiciaría la libre portación de armas, que desmantelaría ministerios, cerraría el Banco Central, entregaría recursos naturales , dolarizaría la economía y pondría la educación y la salud en manos privadas, entre otras “linduras”.

Y fueron esas propuestas, sin ambages, (más allá de las idas y vueltas que tuvieron durante la campaña) las que votaron la mayoría de los argentinos y argentinas. Muchos pensando que no las iba a cumplir, otros sólo para que no gane el peronismo.

Seguiremos acompañando la lucha de las organizaciones sociales y denunciaremos y protestaremos frente a las injusticias como siempre lo hicimos.

A pesar de los pesares, y de las explicaciones sensatas e insensatas, muchos vamos a seguir, desde el lugar que nos toca, defendiendo los derechos de los que menos tienen, del lado de “los pañuelos verdes”, en la eterna pelea por la democratización de la administración de justicia y la recuperación de las tierras de los pueblos originarios. Nos van a encontrar siempre del lado de los que desprecian la desigualdad y los privilegios, del lado de los artistas y de los maestros. Seguiremos acompañando la lucha de las organizaciones sociales y denunciaremos y protestaremos frente a las injusticias como siempre lo hicimos. Eso sí, tendremos que leer mejor la realidad para estar a la altura de estos tiempos e imaginar nuevas y mejores alternativas.

Recuerden los jóvenes: el mundo y este país no comenzó cuando ustedes llegaron. Muchos argentinos y argentinas pusieron su talento y su militancia al servicio de los más desfavorecidos. Y otros tantos se jugaron la vida por los derechos que hoy disfrutan. Luchas populares y ríos de sangre costaron los reconocimientos de los derechos humanos para que con tanto desparpajo e ignorancia Javier Milei presente su política de seguridad con una frase doméstica “El que las hace las paga”, sin otro tipo de consideraciones. Lo que no significa que no haya que exigirle al Estado una gestión eficiente de seguridad.

Es un imperativo moral elemental honrar “a los muertos de nuestra felicidad” como dice el cubano Silvio Rodríguez.

Nunca fue fácil y por estos tiempos será, seguramente, más difícil aún. Tendremos pues, que redoblar los esfuerzos, no declararnos cansados y empezar de nuevo todas las veces que haga falta.

“La verdadera salvación está en la audacia intelectual, en la locura creadora. En la utopía, que mantiene viva la esperanza de que un día seamos mejores”, como escribió Osvaldo Soriano.

*Patricia Coppola es integrante de la Junta Directiva del INECIP.