Por Lucas Crisafulli*

Existen múltiples maneras de habitar profesionalmente el derecho: ejerciendo, investigando, dando clases, trabajando en algún poder del Estado, asesorando. Hay un elemento transversal a todas esas formas de abogar vinculada con los derechos humanos. Sin embargo, la relación entre abogacía y derechos humanos lejos de ser armoniosa es más bien conflictiva, y ello, creemos, se debe a tres problemas fundamentales.

En primer lugar, la mayoría de las abogadas y abogados no tuvieron derechos humanos como asignatura en su formación de grado. Si bien existe desde hace pocos años un proceso de curricularización de los derechos humanos, en la mayoría de las facultades de Derecho continúa siendo un seminario optativo que se sostiene más por el activismo de sus docentes que por una política institucional.

Vinculado con el punto anterior, existe una porción no menor de abogadas y abogados que entienden que en sus prácticas pueden prescindir de los derechos humanos. Como si fueran un campo exclusivo de las personas que trabajan en organismos internacionales de protección a los derechos humanos y no una mirada transversal del derecho civil, penal, administrativo, contravencional, ambiental, parlamentario.

Por último, creemos que esa tormentosa relación entre abogacía y derechos humanos también se debe a una mirada despolitizada que tienen quienes la practican, tanto del derecho en general como de los derechos humanos en particular. La dicotomía positivismos/iusnaturalismo, que se transmite como un Boca vs. River, invisibilizó otras maneras de comprender el derecho más vinculadas a una herramienta y dispositivo de poder. Por eso, esa discusión produjo tres paradojas vinculadas a la ciencia jurídica: se despolitizó una herramienta de poder, se sacralizó una construcción humana y se borró la historia de la conquista de los derechos, apelando para ello a esa definición -nada neutra por cierto- de que los seres humanos tienen derechos en su condición de tales.

Los derechos humanos pueden correr el velo de la neutralidad con la que siempre gustó presentarse al derecho.

Se construyó así una teoría de los derechos que se asemeja bastante a una metafísica del alma. Parecería que de la misma manera que una persona tiene “alma” cuando nace, tendría en igual sentido derechos.

¿Qué esconde esta manera de comprender los derechos humanos? Esconde el carácter humano, político e histórico de la conquista de los derechos, que no se dan en un proceso consensuado y sin conflictos sino en luchas sociales. Por eso, la contracara de un derecho es el sufrimiento humano. Los derechos son la síntesis de una dialéctica histórica entre violación y reconocimiento. Cada sufrimiento humano bien puede ser traducido luego en una violación de los derechos humanos.

Pero el dolor no es suficiente para conquistar derechos. Se requiere que el dolor individual se politice y sea sentido como dolor social producido por la injusticia de una estructura social que oprime a determinados grupos por su pertenencia a una clase social, etnia o género, entre otros criterios de estratificación. Incluso, a pesar de que el sufrimiento sea experimentado como social, se quiere otro elemento fundamental para conquistar derechos: la lucha colectiva. Los derechos no nacen de un tratado o de una ley, anidan en la memoria viva de los pueblos, pueblos que han sufrido su flagrante violación y que han luchado para evitar el retorno del horror.

En el corazón de los derechos humanos se encuentra la idea de que son siempre con otros, a diferencia de los privilegios, que son a pesar de otros o incluso, contra otros. Si un interés perjudica a las mayorías, entonces se trata de un privilegio, no de un derecho.

Los derechos humanos no son sólo un campo que busca disputar sentidos sobre la dignidad humana. También se erigen como una herramienta que tienen mucho para aportar a la ciencia jurídica. Volver a conectar el derecho con la política y con la historia y, sobre todo, volver a conectar el derecho con el sufrimiento humano. Los derechos humanos pueden correr el velo de la neutralidad con la que siempre gustó presentarse al derecho. Como dijo el premio Nobel de la Paz Desmond Tutu, si frente a la injusticia eres neutral, elegiste el lado del opresor. Más acá en el tiempo, Paul Preciado afirmó que cuando socialmente no percibes la violencia es porque la ejerces.

Si en nuestra práctica de abogadas y abogados comprendemos que el derecho es una herramienta para evitar el sufrimiento, una herramienta de transformación de las injusticias, entonces hemos aprendido una lección fundamental: que practicar el derecho antes que un privilegio es una enorme responsabilidad.

 

Lucas Crisafulli es abogado y docente.