Por María Teresa Maisy Piñero**

Durante la dictadura militar de 1976, en la escuela media o secundaria argentina nos enseñaban a “ser ciudadanos” con los manuales de formación ética ciudadana.  Allí aprendimos a construir discursos de odio y lo que la grieta significa en el trabajo arduo de socializarnos como adolescentes en el reconocimiento del “otro”, del distinto, del compañero de aula.

Un día tu compañero de banco ya no seguía allí y el murmullo aparecía con el “algo habrá hecho”, intuíamos que, de alguna manera, era ese que en los manuales se designaba como el “subversivo”.  Como decía el manual de Ángela Luchenio (1978), en este caso podía ser aquel joven que: ”(….) impulsado por sus espontáneas ansias de superar algunos males que nos aquejan, puede ser conducido, sin que lo advierta, por caminos que llevan a vulnerar nuestra idiosincrasia y a proponer soluciones ficticias a esos males que, por lo demás, son comunes a toda sociedad humana (pobreza, indigencia, etc)”.

Los manuales montaban un discurso que naturalizaba la pobreza y la injusticia, exaltaba las jerarquías y la dominación. La resignación y la docilidad ante esto, eran valores presentados como símbolos de las mejores personas, biologizando el orden social. Por su lado, el subversivo, que entre otras cosas era designado como comunista, emergía de la desviación de una naturaleza moral. En este marco, se nos interpelaba a que lucháramos contra estos “enfermos”. “El que ante una enfermedad o una plaga no piensa en nada o se cruza de brazos, está permitiendo que se extiendan los efectos del mal, por eso ofrecemos al alumno algunas formas para luchar contra el comunismo”, señalaba el manual de Roberto Kechichián (1981). A su vez, en todos estos manuales se le dedicaba algún capítulo relevante a la familia, en tanto fundadora y guardiana del orden moral social guiado por Dios y basado en los valores de libertad, patria, y propiedad privada.

Estos textos fueron parte de un modelo pedagógico didáctico represivo a nivel integral que construía al ciudadano como un policía cotidiano y activo al custodiar la formación del “buen orden social”. Se basaban en la ideología militar-integrista de larga trayectoria en América Latina desde los años 30, de corte nacionalista, católica y asentada en la defensa de un supuesto “ser nacional argentino”. A nivel económico, se basaba en el neoliberalismo porque la pregnancia social de esta corriente depende del conservadurismo moral y familiar y su eje en la propiedad privada. Como afirma la profesora en sociología Melinda Cooper, el neoliberalismo fue liberal solo en la teoría. En el caso argentino, la instauración de un neoliberalismo económico se conjugó con el terrorismo anudando violencia física y violencia económica.

En uno de los manuales se afirma que “se llama subversión a toda acción clandestina o abierta, insidiosa o violenta, que busca la alteración o destrucción de los principios morales y la forma de vida de un pueblo, con la finalidad de preparar con ello la toma del poder, o con la de imponer desde el poder una nueva forma de vida basada en una escala de valores distintas”. Kechichián ilustra estas acciones con una foto de la intervención policial en ocasión de sucesos liderados por la FAR en 1970. La elección de esta foto tiene un sentido histórico preciso y funciona como  aleccionadora y a modo de advertencia, ya que a partir de este hecho comienzan con fuerza las acciones represivas provenientes de la doctrina de la seguridad nacional, que con carácter continental se difunden en la región para el adiestramiento de militares en el poder.

Frente a estas amenazas Kechichián nos proponía: “Si reflexionamos sobre estas ideas comprenderemos la grandeza espiritual de quienes en el hogar, en el trabajo, en el campo político deponen sus odios, renuncian quizás a reclamaciones justas, buscando el bien superior de la paz y la concordia”. El sembrador de esta virtud …. el “Pobrecito de Asís”.

Así pretendían lograr el disciplinamiento social y la defensa de valores morales, naturales, militares y neoliberales, impulsando conductas reproductoras del odio que guardaran silencio ante pobrezas e injusticias, pero usando la espada moral para aniquilar al distinto, al considerado “anormal”. Este era el “buen ciudadano” que nos enseñaban a custodiar.

* El presente artículo es parte de un programa de investigación que dirige la autora en el Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba.

**María Teresa Maisy Piñero es docente e investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba. Usuaria de esos manuales en la escuela del interior de Córdoba.

*** Foto de portada: Esta foto pertenece a lo que se conoce como la presentación de las “Fuerzas Armadas Revolucionarias” (FAR) cuando copan una sucursal bancaria bonaerense sin robarla. Este acontecimiento, junto con otros, dieron visibilidad a estas organizaciones armadas. El hecho ocurrió en 1970 durante la presidencia de facto de Levingston, quien declama la “lucha hasta el fin contra el comunismo y las organizaciones terroristas” porque “había comenzado el avance de las organizaciones terroristas en el continente como parte de una estrategia internacional”. Fuente: CEDOC-Perfil.