Por Patricia Coppola*
Hacer memoria siempre supone un recorte arbitrario de quien recuerda. Seguramente se dirá, con razón, que lo que aquí se recuerda está sesgado. Claramente lo está, pero no por ello deja de ser verdad.
Marzo, como mes de la memoria, inevitablemente nos remite al golpe de 1976, a sus víctimas y a las luchas que se libraron por la Memoria, la Verdad y la Justicia.
También en marzo, el 8M, se conmemora la lucha por la igualdad de género y el reconocimiento de los derechos de las mujeres.
Hablando de mujeres, hace casi 48 años, en el mes de abril de 1977, en plena dictadura, un grupo de mujeres paridas por sus hijos, enarbolando las fotos de sus desaparecidos, comenzaron a dar vueltas y vueltas a la Pirámide de Mayo ante la rosada Casa de Gobierno, con la misma obstinación con que peregrinaban por cuarteles, comisarías y sacristías y con la misma obstinación que siguen buscando respuestas: los restos mortales de sus seres queridos y a sus nietos apropiados.
Con la apertura de procesos democratizadores en la inmediata pos dictadura, la cuestión de los derechos humanos constituyó uno de los desafíos más urgentes. En 1983, el entonces presidente Raúl Alfonsín, creó la CONADEP para investigar la desaparición de personas durante la dictadura cívico-militar. Así, el NUNCA MAS, como se conoce el informe final de la Comisión, se convirtió en símbolo de la lucha contra la impunidad y la defensa de los Derechos Humanos en la Argentina.
En el mes de abril de este año se cumplirán 40 años del comienzo del Juicio, sin precedentes en el mundo, que finalizó con la condena de los principales responsables del genocidio: Videla, Massera, Viola, Lambruschini y Agosti. Y en el mes de diciembre del mismo año en su alegato final, el Fiscal Julio Strassera dijo: “…la historia no los absolverá” … “el sadismo no es una ideología política ni una estrategia” … “señores jueces, NUNCA MÁS”.
Entre mayo y julio de 2008 se desarrolló en Córdoba el primer juicio por delitos de lesa humanidad. Los Espacios de Memoria de Córdoba, con la colaboración de periodistas independientes, recuperaron las crónicas, audiovisuales, fotografías y entrevistas que dieron cuenta de las veinte audiencias de ese acontecimiento histórico que finalizó con la condena, entre otros, de Luciano Benjamín Menéndez, considerado por muchos el brazo más duro de la dictadura presidida por Videla.
Según la doctora en antropología Ludmila Da Silva Catela, por entonces directora del Archivo Provincial de la Memoria, “…el juicio no sólo llevó al castigo. Dejó también una posibilidad de aprendizaje. Los testimonios fueron registrados, podrán ser oídos e interpretados por futuras generaciones… De ahora en más el reflejo de la crueldad allí perpetrada podrá servir para demarcar los límites de tolerancia aceptable para un colectivo asentado en preceptos de libertad, igualdad y solidaridad”.
También en marzo, esta vez del 2020, el gobierno nacional presidido por Alberto Fernández, decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio a propósito de la pandemia del covid19.
Al año siguiente, en el 2021, escribí un artículo que titulé “Quiero que me perdonen los muertos de mi felicidad”, en alusión al tema de Silvio Rodríguez, también ejercitando la memoria, intenté recordar y agradecer a quienes hicieron que mis hijos crecieran sin papera, sin sarampión, tos convulsa, varicela, polio, rabia y tuberculosis, vacunados en la escuela pública y sin que costara un centavo.
En marzo comienzan las clases. En la misma línea de agradecimientos, hace un par de años, compañeras de la Facultad de Ciencias Sociales, realizaron un documental sobre las luchas universitarias de los 80´ en la UNC. Allí nos reconocimos muchos estudiantes y profesores de entonces peleando sin cuartel para recuperar de la oscuridad de la dictadura la Universidad que soñaron los reformistas del 18: pública, gratuita y de calidad. El video lo mostramos a mis estudiantes y, al advertir el poco entusiasmo que provocaba, al finalizar les pregunté si sabían cómo y porqué y gracias a quiénes estaba sentados en esa aula recibiendo educación superior gratuita y de calidad. Con pesadumbre tengo que decir que en general, alumnos de 4to año de la carrera de abogacía, no tenían la menor idea de quienes fueron “los muertos de su felicidad”.
Vivimos un tiempo extraño, donde hay gente que parece haberse apropiado del significado de las palabras que históricamente hemos utilizado para honrar a nuestros héroes.
Hoy, lejos de hacer referencia a la idea de libertad que nos enseñaron en la escuela a través de la lucha de nuestros próceres, la palabra se utiliza, entre otras cosas, para justificar el cercenar derechos que tanto costaron conseguir. Se llaman héroes a quienes nos endeudan y reprimen, sabios a quienes nos hablan de números y cifras incomprensibles, valientes a quienes no respetan la Constitución y zurdos a quienes nos indignan las injusticias.
Voy a terminar el primer editorial de Sin Vueltas en este mes de marzo de 2025, recordando a la primera generación del INECIP con Tute Baigún a la cabeza. Quiero, a través de ellos, agradecer a quienes fueron y son capaces de abandonar las frivolidades académicas y posponer sus objetivos individuales para colaborar con ese generoso proyecto colectivo del INECIP que empezó hace 36 años.
Si tomamos en cuenta que los malos de la película siguen vivitos y coleando como el huevo de la serpiente de Bergman, la nueva generación del Instituto tiene la responsabilidad de tomar la posta, de renovar el grito y la denuncia y de no convertirse en cómplice de un sistema judicial que sigue reproduciendo las viejas prácticas que sus antecesores trataron de desterrar.
Por más Memoria, Verdad y Justicia.
* Patricia Coppola es integrante de la Junta Directiva del INECIP.