*Por Sergio Job

Reflexionar sobre fenómenos que están sucediendo suele ser sumamente complejo, porque en general no se puede comprender un cuadro en su totalidad, su espesor, superficies, técnicas, profundidades, luces y sombras, cuando se está esbozando o preparando el fondo del lienzo. Eso nos sucede también en términos históricos, sociales y políticos: cuando los acontecimientos están en desarrollo y no han terminado de desplegarse las fuerzas y resistencias que cada tiempo trae consigo como semillas que deben brotar y someterse a las inclemencias del clima y las estaciones (cada vez menos previsibles), no sabemos cuál será la forma definitiva, ni mucho menos podemos conocer sus flores y frutos.

Sin embargo, algunos venimos advirtiendo que con la crisis financiera global de 2008 algo se quebró en el régimen de dominación a escala mundial. Al principio lo decíamos cautelosamente, más parcialmente, de modo fragmentado, por cambios sutiles (o no tanto), con marchas y contramarchas, que observábamos en cada disciplina (Job, 2014), pero que aún no podíamos terminar de ver en su totalidad (aún no podemos). Sin embargo, hoy ya creemos necesario advertirlo, incluso a riesgo de ser imprudentes: esto ya no es neoliberalismo, es otra cosa. Es imperioso para nuestro futuro que las fuerzas populares, progresistas, humanistas tomemos nota de este hecho, también quienes pretendemos ejercer nuestra profesión y reflexión en favor de las mayorías populares: los regímenes de dominación actuales no son neoliberales, son otra cosa.

Esta aseveración tiene efectos concretísimos en nuestra disciplina. Pensar el derecho, el Estado, las prácticas jurídicas, los derechos (como vehículo y aglutinadores de las luchas sociales, configurador de sujetos colectivos que reclaman reconocimiento y ciudadanía), los cuerpos normativos, la enseñanza de habilidades socio-jurídicas, los límites y atribuciones de los poderes constituidos, un posible nuevo poder constituyente (vía hechos, vía formal institucional, da igual cuando la indiferenciación entre hecho y derecho se vuelve la norma), posverdad (¿qué se busca entonces en un proceso jurídico? ¿confirmación de un sesgo preconcebido –mediático, de clase, de raza, de género, de…- o los hechos lo más asépticos de valoraciones posibles?). Cómo se nomina en un periodo histórico dónde, como dice Jonh Berger (2007), todos los términos significan lo contrario de lo que alguna vez se buscó que significaran. Cómo se piensa el derecho penal en una sociedad que (a caballo de nuevas tecnologías y nuevo régimen de dominación mediante) invirtió la presunción de inocencia para volvernos a todos culpables hasta demostrar lo contrario, en una búsqueda paranoica de la transparencia más enfermiza (salvo, claro está, el 1% que como nueva dinastía reinante está por fuera de todo derecho). Una etapa donde es sospechoso afirmar algo tan básico como el derecho a las sombras, a ocultarnos de la mirada de los otros, a no mostrar todo en redes, en controles policiales recurrentes, en análisis médicos auscultivos e invasivos impuestos aquí y allá.

Parece que a cada paso que pretendemos dar, caemos en un nuevo lodazal, nos entrampamos, y consecuencia de ello nos desanimamos. Estamos agotados, auto-explotados. ¿A qué patrón le vamos a iniciar el juicio laboral por acosarnos, obligarnos, carcomernos, por no darnos vacaciones, por explotarnos a nosotros mismos? ¿A quién reclamamos las acciones de la valorización que generamos por dar “likes” o detenernos a reproducir un video de dos gatitos jugando? ¿Quién tiene que indemnizar los daños que me generó el cambio climático que los gobiernos niegan o aceptan con igual cinismo, indiferencia e inacción? ¿En qué tribunal o instancia estatal realizo mi reclamo soberano para que la circulación (fuga) de capitales no lleve a la quiebra a este país cíclicamente, dejando un tendal de cuerpos en cada fiesta financiera? ¿Qué es la democracia en un contexto de experimentos conductuales masivos explícitos, llevados adelante por gigantescas transnacionales de la tecnología? ¿Qué igualdad? ¿Qué libertad? ¿Qué frater… Ya ni existe esta palabra. Ni hace sentido.

En un artículo publicado hace un par de años, Ciuffolini y de la Vega (2022) advertían que nos encontramos en una etapa de “reestructuración global del capital” que comenzó en 2008 y se aceleró y profundizó con la pandemia, donde “asistimos a una debacle, pero no es la del capitalismo sino del modo en que se ejerce y se ancla la hegemonía neoliberal”. Y a continuación sistematizaban los que “a nuestro juicio constituyen las tres novedades políticas de la re-estructuración de la hegemonía neoliberal en nuestras sociedades periféricas y subalternas: 1) una nueva hegemonía plutocrática del capital que enlaza de manera inestable con las instituciones democráticas; 2) que despliega formas híbridas para la acumulación, entre la explotación y la expropiación; y por tanto, estas se corresponden también con formas híbridas de asignación de subjetividades que, consecuentemente, organizan dinámicas de dominación diferenciadas; y, por último, 3) que tiene como fracciones dominantes al capital biotecnológico y al capital financiero, alianza que se fragua al calor de un incipiente y aun provisorio arreglo institucional de la estatalidad” (2022: 131). Excede por mucho a estos renglones delinear los alcances que las autoras dan a cada uno de estos ejes, por lo que recomendamos su lectura que permite adentrarnos en comprensiones y abordajes a la situación actual de la (ya-no) democracia, el trabajo y las subjetividades emergentes y el Estado. Sólo tomemos nota que en más o en menos, la situación es radical y estructuralmente otra a la que podíamos nominar hasta ahora como neoliberalismo.

Creemos necesario asumir que la crisis civilizatoria que atravesamos ha barrido con todo lo que conocíamos, tenemos que entender, hacer cuerpo, que ya no. Quizás gobiernos del absurdo como el de Milei, sean necesarios para que nos explote en la cara lo que nos negábamos a ver. O al menos aquello que los sectores progresistas, ilustrados, bien-intencionados, igualitaristas, humanistas, enfrentaban con una insistencia caprichosa aferrándose a un pasado cercano que ya no es, y sobre todo: que ya no puede ser. No será añorando lo que ya no tiene condiciones materiales de existencia como vamos a recuperar algunas formas de libertades, justicia social, dignidades humanas. Debemos pararnos sin cobertura, sin miedos ni guion en el que encajar, sin palabras que presupongan significado, sin tabúes ni tapujos, frente al espejo de lo que somos efectivamente, de las pulsiones sociales, identificar los deseos no conducidos mercantilmente, los torrentes de vida y amor, afrontar también las oscuridades más monstruosas, los peligros latentes y cercanos, para desde ahí, desde ese torbellino de emociones, ideas, realidades efectivas poder delinear un nuevo proyecto de futuro, donde quizás el derecho, otro derecho de otro Estado de otra sociedad (ya no liberal, ya no de una civilización agotada) pueda ser y condensar, en un sentido durkheniano, una nueva moral colectiva que recupere y salve a los humano, lo colectivo, lo que podemos o pretendemos ser. Sino preparémonos para que el derecho no sea más que la cobertura justificante de los actos del poder mundial, la escribanía de los actos de fuerza de todos contra todos para el regocijo de los muy pocos “merecedores” del parnaso global, el arma de la guerra judicial contra quienes estorben los planes de tiranos globales (Job, 2023). Si alguna vez el derecho fue la cobertura legal de la dominación capitalista, en sus diversas etapas, es necesario insistir en que esto ya no es neoliberalismo, es otra cosa en la que el derecho liberal parece ya no ser más que un estorbo que está siendo barrido bajo la alfombra de la historia.

 

*Sergio Job es abogado. Doctor en Ciencia Política. Docente de Sociología Jurídica (Facultada de Derecho) y Teoría Política Contemporánea y Teoría del Estado (Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Córdoba. Militante político y social.